Después de celebrar ayer la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, hoy celebramos el Inmaculado Corazón de la Virgen María. Uno y otro corazón se miran mutuamente como quien se mira en el espejo, el Hijo y la Madre son inseparables, es el mismo amor el que se entregan el uno al otro, un amor materno filial, un amor que se ha derramado en sus corazones por el Espíritu Santo. El Hijo es el fruto bendito de su vientre. La madre lo ha concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Humanamente hablando, Jesús no tiene otro origen sino su madre. Ambos viven en una comunión de amor total, lo cual no significa que ambos no hayan tenido que hacer humanamente un proceso, un camino de plenitud. Se puede decir que, parafraseando las palabras de la Carta a los Hebreos, Jesús aprendió sufriendo a ser hijo, aprendió sufriendo a obedecer a Dios. En paralelo, María aprendió sufriendo a ser madre, aprendió sufriendo obedecer a Dios. Desde que lo engendró y lo dio a luz, hasta que lo entrega al pie de la cruz, María solo vive ese desarraigo, ese desapego, haciendo un camino interior de éxodo, ella es la peregrina de la fe. El Padre sabe que cuando su corazón haya sido completamente modelado por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios; en ese momento exacto, Jesús desde la cruz le encomendará una obra aún mayor que ser solo su madre, ser ahora también la nuestra, madre y maestra. Con el corazón roto y desgarrado, María se convertirá en la madre dolorosa que acoge en su corazón a todos los pecadores que encuentran la salvación en el Corazón misericordioso de su Hijo Jesús.
En el evangelio de hoy tenemos el testimonio de uno de esos momentos de dolor e incomprensión que jalonaron toda su vida. Después de buscar con angustia al hijo, aparentemente perdido en Jerusalén, al tercer día lo encuentran San José y ella en el templo, sentado entre los doctores, escuchándolos y respondiendo sus preguntas. Cuando María deja salir su lamento su incomprensión. Jesús le responderá que está obedeciendo a su Padre de Cielo, sorprendido por el hecho de que eso mismo lo había aprendido de sus padres en el hogar de Nazaret. Termina el evangelista San Lucas, diciendo que su madre conservaba todo esto en su corazón. Ciertamente, el primer evangelio es el corazón de María, el evangelio antes que un libro es la Palabra misma que se hace carne. También para nosotros la Palabra es mucho más que letra muerta, es lo que el Espíritu graba en nuestros corazones del Verbo del Padre.
Nosotros también estamos llamados a custodiar ese evangelio y a meditarlo en el corazón. Es como una semilla que germina y produce fruto. Celebrar el Inmaculado Corazón de María no solamente es corresponder al deseo de Jesús de hacer de María nuestra madre. no es tampoco solamente tomar la decisión de vivir de ahora en adelante como hijos suyos. Celebrar la fiesta del inmaculado Corazón de María es entender que también nosotros estamos llamados a acoger en nuestro corazón la palabra de Dios, a guardarla, meditarla y hacerla carne y vida en nuestros días y por tanto tener nosotros también, como sucedió en el caso de San José, un corazón como el de María y el de Jesús, un corazón que es transparencia del corazón de Dios.
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